Ese día hubo un desequilibrio en mi cabeza,
como cuando se desordena un rompecabezas.
Se tocaba solamente una canción,
Era parecida a la que siempre ponían en
aquella vieja estación de radio por las tardes.
Terminaba de contar cuantos arboles había a
través de la ventana y volvía a comenzar.
Solo veía a Jonathan disfrutar del peligroso
viaje, sin ninguna señal de mareo o frustración.
En ese tiempo no pensaba mucho, solo hacia
las cosas por diversión, era algo grandioso. Era sinceramente Feliz.
Jugábamos a ser libres, si alguien no lo
hubiera hecho, hoy sentiría culpa y arrepentimiento.
“Nunca te arrepientas de nada “era su frase
favorita.
Aun recuerdo que colgado de uno de los
vagones gritaba, ¡Mira! ¡Lucy! ¡Estoy volando!,
después su amigo William, quien tras tirar un poco de saliva al aire, le
caería a Jonathan, algo tan gracioso y peligroso. Eran unos tontos sin control.
¿Que habrá sido de ellos?, me pregunte
sentada en una silla, con vista al horizonte, ya que unos años después, cada
quien, tomaria su propio camino.