Si algo tenía claro, es que nada iba a
ser claramente como lo había pensado.
Sucedía que me había probado ya las
vendas de la experiencia. Y en mi opinión aquellas vendas eran unas primerizas
e inocentes vagando entre vistas y memorias. Ultrajando recuerdos y
experiencias que les fueran útiles para seguir conociendo de los demás.
Aquellas vendas no tenían nada que
enseñarme, al menos así lo creí. Aunque tenían toda mi atención, no parecían
interesadas en establecer un conocimiento mutuo. Yo no tenía tanta experiencia
como la que ellas escondían.
Si bien pudieron haber viajado a diferentes
partes del mundo, conocido heridas que jamás cicatrizaron, permanecido en ojos
que ya no volverían a ver la luz del día, atrapado a la sangre viva, sangre del
pueblo, sangre herida. A esas malditas no les interesaba lo que yo podía haber
conocido en mis tantos y tontos ratos libres.
Y empezó la primera vuelta, empezando
desde dos dedos arriba de mi oreja derecha.
Se escuchó un quejido, tal vez pudo ser
el mío. Lo supuse, estaba empujando demasiado la herida de mi cráneo y mis ojos
no podrían haberse hundido más.
Aquella venda tuvo que aflojar vuelta. Y
vuelta a vuelta irse yendo menos apretada.
Y la tercera vuelta estaba por concluir,
cuando mire el mar después del cielo.
Y un sin fin de ballenas a lo
lejos. Ballenas blancas, grises y azules.
De todos tipos y tamaños.
Me sorprendí.
Aquello era increíble.
Cuando acababa la cuarta vuelta me
encontraba en un pueblo a las afueras de Berlin. Apunto de ser exterminado
por un grupo de soldados nazis. Me espante y la venda se espantó también y
juntos tuvimos miedo y desconcierto, pero ella no dejaba de dar
vueltas. Así que mantuve la compostura, la poca que me quedaba y ya no me
moví.
Para la octava vuelta, mi venda sabía
que yo ya conocía un poco de ella y ella de mí.
Lo pasado y lo viviente.
Fue cuando demostró todo lo que ella
sabía. ¿Y qué es el saber?... si no desconocer y aprender de tal forma que
aquello lo vivamos por nosotros mismos y sea llamado experiencia. Sin duda
aquella venda sabia muchas cosas. De esto de aquello. Dolores inimaginables.
Sabia de guerras tardías. Heridas eternas, de horas y de algunos minutos. Y
aprendió que todos tenemos algo que contar, que solo la venda puede tapar, pero
no curar. Eso lo aprendemos nosotros mismos.
Para la quinceava vuelta, me había
vuelto uno solo con aquella venda.