Admiro a los flacos. Aunque sean
corajudos, berrinchudos y estén en contra de todo y contra todos. El flaco es sinónimo
de mal carácter de no estar agusto con nada ni con
nadie; de hacer todo lo posible por rebatir todo lo positivo que hay en el
mundo; de hacerse notar por su “contrarismo” y por nadar en contra de la
corriente.
Sin
embargo, tiene una ventaja. A lo mejor, en cualquier momento, deja de ser flaco.
Es decir: quiza engorde y se le escurra entre los kilos de más, el mal carácter
y su natural mal humor. Los flacos son, por lo general, biliosos, agresivos,
corajudos, intemperantes, malcriados, y todo lo que usted quiera y mande. En
cuanto engordan tantito, se les acaban esos atributos naturales. Son, desde
luego, mucho más saludables que nosotros los gordos. Son ejemplo a seguir. No
falta medico que nos ponga como ejemplo a personas que tienen menos carne que
una bicicleta de carreras, como para que nos sintamos responsables de la falta
de producción alimenticia que hay en el mundo.
El
flaco es, para los médicos, el sueño dorado de la salud.
Un
flaco, para los médicos de hoy, es el non plus ultra de lo anatómico. Totalmente
diferente al concepto que, años atrás se tenía de ellos.
Todo
es cuestión de la época. Ocurre, con la cuestión del peso y de la figura, lo
mismo que con las corbatas o con las solapas de los sacos: hay tiempos en lo
que se estilan angostas y otros en lo que lo ancho es privativo. Estamos,
ahora, en la época de la flaquencia. De no ser gordo, porque ello implica propensión
a todo: al infarto, a la apoplejía, a la hipertensión, a todo lo imaginable. Y
las gentes, las personas excedidas un poquitín —no un mucho, que hay su
diferencia— creen, suponen y están seguras que el exceso de peso los conducirá,
con mayor velocidad a la tumba.
Pero
es cuestión de moda.
Si
usted le dice a una incipiente mama que a su niño no le conviene, le hará daño,
comer mucho, y que es preferible que este ñango, cadavérico, con la piel pegada
al hueso, esa señora le aventara una cachetada y le dirá que está usted loco y
que lo que pasa es que le tiene envidia a su pequeño porque tiene hoyuelos en
los codos y en las rodillas.
Sin
embargo, los flacos son necesarios.
Cuando
menos, como motivo de comparación.
De poder decir, cuando
uno se atiborra de comida: admiro al flaco Luis que come mucho y no engorda.
Autor: Fernando Heftye
Libro: Humor se escribe con H.
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