Hernán Cortez y Freíd
el locuaz.
— ¡Mi Señor Hernán! ¡Mi Señor! ¡Se nos ha acabado el agua!
— ¿Por qué dice eso marinero? ¿Qué no es que nos
encontramos en mar abierto? ¿Me está usted tomando el pelo?
— ¡Lo siento mi Señor! Es que ya hemos llegado a tierra.
— ¡Tierra! ¿Dice usted?
— Si mi señor, lo acabo de confirmar con mis propios ojos.
— ¿Me está usted tomando el pelo marinero?, pero si usted
es tuerto de un ojo y con el otro apenas puede ver.
— ¡Señor y usted es calvo, usa peluca y un sombrero!
— ¡Es una expresión marinero! ¿Acaso quiere ser lanzado por
la borda?, Esos tiburones se lo comerían en un santiamén.
— ¡No mi señor!, tengo una familia que alimentar.
— ¿Me está usted tomando el pelo marinero?, lo conozco de
hace varios años y se que en España no tiene a nadie que lo espere. Así que no
me venga con sandeces. Mejor dígame ¿Cómo está el clima allá afuera?
— Pues parece que esta como santa petra de los aparecidos,
pero se va a poner como la Reina Isabel.
— ¿Cómo santa petra de los aparecidos dice usted? ¡Que no
me venga con sandeces le he dicho! ¡Explíquese!
— Pues esta ¡Espantoso!, pero en poco tiempo se va a poner
muy bien.
— ¡Más respeto marinero! ¡Más respeto!, ¿Cómo se atreve a
comparar a la Reina Isabel con el clima?, esa mujer es ¡exquisita! ¡sublime! ¡esplendorosa!,
no hay nadie como ella. Valla a traerme algo que comer, que toda esta charla me
ha abierto el apetito. ¡Ahora!
— Pero ¡Señor!, ¡Se nos ha acabado la comida!
— ¿Me está usted tomando el pelo marinero?, pero si no
traemos a una tripulación numerosa y zarpamos con toneladas de víveres, ¿Cómo es
posible que se nos allá acabado la comida?
— Señor, recuerda que en la isla anterior usted me dijo, “Tenemos
que aligerar la carga, alimentad día y noche a toda la tripulación” cuando nos bebíamos
el último trago de su botella especial de vino, hecha con las mejores uvas de
toda España.
— ¿Me está usted tomando el pelo marinero?, pero si será usted
¡imbécil! Yo dije que “Teníamos que conservar la carga, que aguantarais día y
noche la abstención”, ¡Valla a traerme algo que comer! ¡Ahora!
Y ahí iba, el locuaz freíd,
andando por la isla, buscando algo que comer, adentrándose mas y mas hacia el
fondo de la selva, solo con su valentía y sus miedos. ¡Vaya! que su cara
reflejaba más miedo que valentía. Cuando de pronto se mira perdido entre la
selva.
— ¿Por qué?, ¿Por qué me pasa esto a mí? ¿Pudiendo pescar algún
tiburoncito, algún cangrejo o una ballena? He tenido que perderme en esta
selva, que triste mi condena.
De pronto escucha que
algo se mueve entre las plantas, se asusta tanto, que de valiente ya no le
quedaba nada. Sus piernas temblaban, sus manos parecían maracas danzantes, su
cara se había puesto más blanca que la bandera de la tregua y de pronto la tripulación
escucha un grito, don Hernán se asusta y decide ir por él con la valentía que
lo caracterizaba.
— ¡Arribad! El ancla, mis marineros, hoy descansaremos en
tierra firme. Pero primero iremos en busca de mi marinero perdido.
¡Freíd! Gritaba
don Hernán, cuando se da cuenta de una insólita y vergonzosa verdad…
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