domingo, 13 de octubre de 2013

Grimm “Verdugo"



 Grimm y Wein.


— ¡Asesino! Pagaras por lo que has hecho, ¡Asesino! — Gritaban los habitantes del pueblo de Faraday, nueva Escocia. Acusantes, disociados y estruendosos se reunían en aquella plaza para presenciar la tal esperada ejecución, de uno de los prisioneros con mas cargos en muertes que se había visto en aquel tiempo. Todos lo conocían por “El cazador solitario”, otros por “Doren el despiadado”. En el traslado del calabozo a la tarima, no se hicieron esperar aquellas manos deseosas de desquitar la furia con rabia que le tenían, aventando cualquier cosa, desde piedras, madera, saliva y la gran mayoría burlas y acusaciones. 

En aquella misma tarima, en donde aquel verdugo lo esperaría con un hacha muy afilada, se encontraba el juez tan renombrado de la iglesia “San Víctor de la Cron”, el cual daría unas palabras antes de la ejecución. Una vez trasladado a la plaza, lo dirigieron al aposento de los sentenciados a muerte. Y ahí iba, subiendo las escaleras, paso a paso, a sabiendas de su destino, observando la mirada de aquel verdugo, tan fría y calculadora. Una vez colocado en el madero de ejecución, el silencio inundo la plaza, con una señal de manos de “San Víctor”. —Hoy daremos justicia divina a esta abominación, a este demonio que se ha manchado de sangre con la vida de nuestros hermanos. Hoy será purificado y llevado a la presencia de nuestro dios divino…— Derrepente el estruendo de la voces acallo todo silencio en la plaza, para proclamarse con palabras como — ¡Asesino! ¡Mundano! ¡Demonio! ¡Inmundicia! ¡Tirano! ¡Muere!— Señal que dio inicio al verdugo para prepararse con aquella hacha que haría justicia ante la mirada de todos los habitantes de Faraday. Tomo una sandia, la puso sobre un banco, agarro el hacha y comprobó que el filo fuera el correcto. El suceso inevitable había llegado, se acerco al madero y como un ritual pronuncio “Nadie es más justo que dios, ni más piadoso que esta hacha”, calculo trayectoria y de un empujón letal, corto la cabeza. 

A si sin más con un trapo, limpio aquella arma letal y manchada de sangre que llevaba en las manos y se dispuso a retirar aquel cuerpo de las tarimas junto con la cabeza tirada. La plaza se desalojo en unos cuantos minutos y los habitantes de Faraday volvieron a sus actividades cotidianas. Al momento de tener que tirar aquel cuerpo al pozo, recordó que tenía que llegar a casa temprano para recoger unas herramientas y a su vez llevarlas a reparar con el herrero. En el camino ya no era aquel verdugo frio y calculador, el nombre de aquel hombre era “Grimm”, tenía una esposa y un hijo que ya había alcanzado la mayoría de edad, “Wein”. A su vez Wein trabajaba trasladando en el campo sacos de semillas para sembrar de diferentes procedencias, cosa que dejo de agradarle desde hace algún tiempo, y el cual estaba decidido a dejar por alguna otra cosa que le causara menos esfuerzo. 

Cuando Grimm se dirigía a su casa, se encontró con su hijo, al cual saludo y bendijo, para después desearle una muy buena jornada laboral, ya que se dirigía a trabajar, despidiéndose con un abrazo. Daba pasos a tras pie, uno con otro, apresurándose sin perder segundo alguno ya que era un camino realmente largo a casa. Alcanzaba a ver el portón de su hogar desde aquel camino y poniendo más empeño dio la carrera para llegar. Cruzando el portón, acercándose a  la entrada, enseguida abrió la puerta, descubriendo a aquel par de agitados y lívidas personas recreando el acto amoroso con tal lucidez y despreocupación en aquel lujurioso hogar. Que mala suerte la de Grimm, quien habiendo trabajado tanto para sostener a aquella familia cariñosa, unida y feliz, no se iba a dar el gusto ni por poco de ser engañado de esa manera. Así que tomo el hacha que llevaba en mano, y con un acto brusco ataco al acompañante de su esposa, cortándole un brazo y después la cabeza, al instante se volvió con su esposa y con un movimiento letal, acabo con el que sería su último grito de vida. Metió los dos cuerpos en sacos de alimentos y permaneció ahí hasta el anochecer. A Grimm ya no le causaba ningún tipo de culpa el asesinar a las personas, que a juzgar por el, se lo merecían y ante todo lo llamaba justicia divina. Tomo una carreta de las que tenían para trasladar víveres desde distancias largas hacia su casa y se dirigió a Faraday. Una vez ahí, tomo camino hacia el pozo en donde Grimm arrojaba los cadáveres guillotinados, el cual para él era como un cementerio de asesinos y crueles personas. Realmente pensó que todo había acabado, sentía un alivio al saber que nadie encontraría ahí a su mujer y a su compañero. Nadie cruzaba por ahí a esas horas, por lo cual nadie se daría cuenta, sin embargo la mala suerte de Grimm no acababa ahí. Tres personas las cuales lo conocían lo miraron ir con su carreta en esa dirección, lo siguieron y observaron que dejaba algo en aquel pozo y apresurado huía de aquel sitio, el jamás se dio cuenta. Cuando se dirigía a su casa, pensaba en decirle la verdad a su hijo y esperaba realmente que este entendiera. Su hijo no llegaría a casa hasta después de dos días. 
Claramente no llegaría a verlo, ya que este seria descubierto a la mañana siguiente, cuando los cuerpos fueran expuestos y reconocidos ante la multitud. 

Por la tarde fue sentenciado irónicamente a muerte tras lo que había hecho. “San Víctor de la Cron“sabía que Grimm era el verdugo aquel, que un día eligió para ser tal y cual servidor de la iglesia y el pueblo, puesto que su identidad nadie la conocía, excepto el, mando a llamar a el verdugo sucesor. El llamado fue en vano ya que este había muerto meses atrás de una enfermedad, haci que se corrió la voz para tomar el puesto de Servidor de la iglesia y el pueblo, (que realmente era el ser verdugo, pero a nadie le gustaba ser nombrado de esa manera, ya que si algún familiar de las personas sentenciadas a muerte se enterara de quien era el autor de dicho suceso, en dado caso no sería tan seguro para este), a los aldeanos a las afueras de  Faraday, puesto que era necesario, que no fuera a ser reconocido fácilmente. Paso un día y llegaron varios a presentarse por aquel puesto, que tenia ciertos beneficios para su familia. Al siguiente día concluyo con la persona elegida para ser el nuevo verdugo.

Y ahí iba Grimm, recibiendo lo que un día dio, directo a aquel madero tan familiar, con aquella hacha, la cual un día uso para hacer justicia con sus propias manos. El pueblo y las protestas no se hicieron esperar, reuniéndose en la plaza principal, para dar inicio a aquella ejecución — ¡Asesino! ¡Te quemaras en el infierno! ¡Muerte al inmundo! — y demás.

Subiendo por aquellas escaleras, recordó a varios con los que se había hecho justicia, “La bruja de Faraday” “El Cercenador ““El Vendedor de almas” “El triste hablador” “Doren el despiadado”, entre otros. El se había ganado uno de esos sobrenombres, le llamaron

“Grimm el justo”, un sobrenombre peculiar dado a que era un fomentador de la justicia entre algunos de los habitantes de Faraday. “San Víctor de la Cron” ya lo espera en aquel sitio, para dar algunas de sus palabras. — Hoy actuaremos en justicia divina para este asesino, el cual ha actuado de su propia mano para quitarle la vida a dos personas inocentes— Todos los que subían en estado de sentenciados, absolutamente todos aceptaban su muerte, nadie protestaba, ni se defendía, el primer caso de rebeldía hacia la iglesia se dio con Grimm, al protestar diciendo — ¿Y que no hice yo la misma justicia divina que usa la iglesia? ¿Acaso no actúan de su propia mano asesinando a otros en nombre de su dios?, pueden quitarme la vida hoy, pero llegara el día en que su justicia divina no sea tan justa con ustedes. — Silencio Blasfemo, hoy conocerás a nuestro dios y su divina justicia— Los gritos de los habitantes no se hicieron esperar ¡Blasfemo! ¡Demonio! ¡Asesino! ¡Cortadle la cabeza, ahora! Preparándose el verdugo con aquella hacha que un día fue de Grimm, pronuncio unas palabras como era tradición “Nadie es más justo que dios, ni más piadoso que esta hacha”, (Grimm observándolo fijamente sorprendido y sin palabras, de algún modo sabia quien era aquel tipo enmascarado, puesto que conocía muy bien esas palabras),  después calculo trayectoria y con una fuerza indeleble acabo con aquella ejecución. Recogiendo el verdugo aquel cuerpo, con algunas lagrimas en los ojos, se dirigió no hacia aquel pozo maloliente y lleno de muertes, si no hacia su hogar, para enterrar a aquel cuerpo, que si antes fue su padre, ahora era tan solo un desconocido.  Al día siguiente ya no era aquel verdugo cuya gente se emocionaba al ver en la plaza para dar otro espectáculo, ahora era Wein, el joven que había perdido a sus padres con aquella hacha, que lo condenaba a una vida de muerte, aquel joven que se había convertido en nada más y nada menos que en” Wein Verdugo” 

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